Aún recuerdo el primer encuentro entre mi psicóloga y yo. Sentí que sus preguntas de rutina fueron tan invasivas, pero no le negué mis respuestas pues nada estaba escrito –excepto lo que ella había escrito de mí en sus hojas tamaño carta, sujetadas al tablero color gris que sostenía su mano izquierda-. Aún podía desistir de esa etapa que estaba llamando por mí. Al final me animé a seguir.
Un camino lleno de escaleras forradas de loseta, que dan a una sala con grandes ventanas blancas y que dejan ver el andar de los vehículos y lo que me rodea, un sillón en el que puedo descansar y prepararme para la llegada de mi psicóloga, esa mesa tan peculiar con una canasta de libros. El blanco y el amarillo son colores que destacan del lugar en el que tomo terapia. Pero la verdadera magia ocurre en un cuarto/oficina de tres paredes, dos sillones color café, un escritorio que a simple vista parece ordenado, pero que tiene tanto y a la vez nada y detrás de él otra ventana, pero con persianas y que hacen los encuentros más íntimos. Y esos juegos de mesa que tanto me gustan y que permanecen a mi lado al igual que un paquete con clínex. Así es el lugar al que he visitado por más de un año. Y el que me ha acogido bien.
Si alguien me pidiera describir cómo ha sido mi proceso de terapia a lo largo de este año, sin dudarlo, diría que ha sido como una tormenta eléctrica, avasallador, me ha causado miedo e incertidumbre, ruidoso pero refrescante. Los rayos en forma de recuerdos, pensamientos, sentimientos y anécdotas, rayos en forma de lágrimas y risas, crecimiento o confianza. Pero también en las recomendaciones que me ha dado mi estimada psicóloga y en esos libros que me mostró. Las tormentas eléctricas causan daños, pero mi tormenta eléctrica me ha abierto puertas. Podría decirse que yo también soy la tormenta y que mi psicóloga es una espectadora, porque también a lo largo de este año, me di cuenta que la terapia es para mí y sólo para mí. Sin embargo, quiero reconocer su trabajo pues ha sido guía y me ha ofrecido herramientas y conocimientos. Las terapias psicológicas y las tormentas eléctricas tienen algo en común y es que ambas son…eléctricas.
Atte.
Paciente que prefiere mantenerse en anonimato, pero que sin duda, la palabra es su instrumento de vida.
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